Educamos para convivir, dicen los colegios y se nos olvida. Somos devotos creyentes en una educación de las almas de los niños para que sean buenas personas. Para que su mirada sea solidaria. Y… Si en cuanto salimos, o salen nuestros hijos de la escuela, les enseñamos a competir en un mundo lleno de rivales. Donde nadie es amigo, sino más bien el enemigo. Y aquí estoy yo diciendo que hay que convivir, que hay que ser amables, que esas criaturas que trabajan con nosotros son compañeros de nuestro mundo pequeño y los debemos cuidar. Ofreciendo nuestra luz para que de ellos broten sonrisas. Y no soy un iluso. Os hablo del increíble poder transformador del amor. Así de simple. Digno para llevar en el bolsillo y sacarlo para decir buenos días, hola, ¿Qué tal estás? ¿Cómo van tus padres, o tus hijos o tu pareja que sé que está en el paro? Y lo sé porque a lo largo de las horas de trabajo mientras la tarea va, nos hablamos. Y no de prenderle fuego al mundo, que también podría ser, sino de nuestras preocupaciones mundanas, esas que tienen el valor de lo cotidiano y que las comparto contigo, compañeros de trabajo, de vida, porque sé que os importó. Sino de qué, preguntó por tu destino, que sé que es parecido al mío (o completamente distinto) y me encanta escucharte porque esto que tenemos entre nosotros, entre cambios de ruedas, pañales, sueros, o te doy el pan en la panadería, o las medicinas de la farmacia, es una conversación. Con toda la belleza y bondad de dos seres que se cruzaron en el camino y se hicieron amigos, pongamos, en el trabajo.

LAS MUJERES LO CAMBIAN TODO
Las mujeres lo cambian todo. Y donde hace frío notas calor. Y donde hay un desierto, ves un vergel. Ese es su impacto. Los hombres reparan cosas. Sin tutores, ni
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En manos de los demás